Amada madre inmaculada, protectora de todos los hombres, que vigilas desde el cielo nuestras vidas y te preocupas por las esperanzas que tenemos.
Como la de llegar un día a estar junto a ti y junto a Dios Nuestro Señor por toda la eternidad.
No permitas que el pecado se interponga en nuestro camino, ni que la enfermedad, la pobreza o el desasosiego irrumpa en nuestras vidas.
Sabemos que no dejarás que esto ocurra.
Guíanos por el camino correcto del amor, la solidaridad, el esfuerzo, la constancia y la fe profunda en las enseñanzas de tu Hijo.
Que la confianza y cariño que nos ofreces no desaparezca nunca y la brisa de tu bondad refresque siempre nuestras almas.
Que tu santa presencia llene de ilusión nuestras vidas, alivie los dolores que puedan surgir y mantenga el deseo de estar eternamente cerca de ti.
No permitas que nuestras familias puedan sufrir ningún mal y que los hijos de sus hijos sigan siempre los dictámenes que marcan tus bondadosas intenciones.
Gracias por escuchar nuestras súplicas, oh dulce Señora.
Gloria a ti, bendito ser celestial que nos protege con su manto de amor.
Amén
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